lunes, 18 de mayo de 2009

Cartoneros con grabador (2da y última parte)


Continuación de la charla de ayer con el economista y periodista Claudio Scaletta.


- Hay una investigacion de un científico argentino, al parecer bastante seria, según la cual el glifosato puede ocasionar daños a la salud. Si es así por qué no lo sabíamos?

- Me gustaría plantear la cuestión de otra forma. Creo que el problema que hoy lleva al glifosato al centro de la discusión no empieza precisamente por lo sanitario. Hablábamos del nuevo paquete tecnológico transgénico. Lo que conocemos habitualmente como soja transgénica es una semilla modificada genéticamente para ser resistente a un herbicida, el glifosato. La empresa que desarrolló la semilla, también desarrolló el herbicida y comenzó a vender el paquete. De esta manera se aseguró el repago de la Investigación & Desarrollo más una ganancia. Hasta hace poco seguía luchando en los tribunales internacionales para cobrar en la Argentina regalías por las semillas. Hoy no es solamente esta empresa, Monsanto con su herbicida Roundup y la soja Roundup Ready, la que comercializa localmente el paquete. Monsanto y otras biotecnológicas siguen trabajando además en otros paquetes para otros cultivos, y hacen ingeniería genética aplicada para obtener nuevas semillas resistentes, por ejemplo, al estrés hídrico e incluso a determinadas plagas. Desde el punto de vista científico esto no es malo, es muy bueno. Esto será crucial para un mundo que se calienta y dónde la sequía se expande. Si a uno no le gusta lo que debe cuestionar es, en todo caso, al sistema social que permite la apropiación privada del germoplasma y de su transformación genética, es decir al capitalismo. O bien debe proponer que sea el sector público el que se dedique a estos desarrollos tecnológicos que por cierto demandan ingentes capitales. Las empresas biotecnológicas son un nuevo actor que participa de la renta agraria. Al interior mismo del sector existe una puja por la distribución de la renta. Antes de que el conflicto de las corporaciones con el gobierno ocupe toda la escena se discutía el “uso propio” de las semillas, las “regalías extendidas”, el derecho “ancestral de los campesinos” a usar las propias semillas, cuando en realidad se trataba de productores de todos los tamaños que compraban las famosas “bolsas blancas” (transgénicas sin marca). Alguna vez fui muy criticado por los ecologistas extremistas –agrego el calificativo porque yo mismo me considero ecologista- por decir estas cosas. Yo creo que hay una corriente “antitransgénica”, muy funcional a los intereses de los subsidiados empresarios del agro europeo, encarnada por multinacionales como Greenpeace. Deténganse, como simples observadores, a ver de qué problemas ecológicos se ocupa esta multinacional y de cuales no. Este pensamiento provocó, a mi juicio, una seria deformación teórica, que es explicar los muy serios problemas sociales y ecológicos provocados por el monocultivo sojero empezando por la tecnología. No serían las rentabilidades relativas las que guiarían a los actores económicos privados a optar por sembrar uno u otro cultivo, sino la existencia de una tecnología que los induce: las horribles semillas transgénicas y su glifosato envenenador. Sin embargo, es la propia historia de la sojización en la Argentina la que desmiente esta lógica: La sojización precede a la soja transgénica. Y lo peor de todo es que al usar glifosato se usan menos agroquímicos que si no se usase este paquete. Usar glifosato es más barato porque se usan menos herbicidas, no más. El glifosato, como cualquier agroquímico, no es neutro para la salud humana ni para el medio ambiente. Su uso demanda por ello una regulación adecuada. Si hoy el Estado descubre la existencia de un envenenamiento masivo, entonces existe una seria falla de regulación de la que es responsable no solo la administración de 1996, sino también la actual, que gobierna desde hace 6 años. Por todo esto creo que el peor argumento en una disputa con el campo, es el del glifosato. Se trata de una argumentación muy vulnerable y débil cuando existen muchos frentes más potentes. Los graves problemas de exclusión social y degradación ambiental del actual modelo agrario pasan por otro lado.

- ¿Cómo funcionaría y que consecuencias tendría hoy la actividad agrícola en caso de prohibirse el uso del glifosato? ¿Es sustentable la actividad agrícola sin glifosato?

- En principio se usarían más agroquímicos, lo que sería más caro para los empresarios y disminuiría el excedente económico. También se produciría la paradoja de una situación peor para el medio ambiente. La única alternativa real sería la producción orgánica, pero esto significaría una pérdida de rentabilidad relativa, en términos internacionales, para la producción local. Parece un escenario impensable en función de la composición de nuestras exportaciones y de las fuentes de financiamiento del sector público. Acá distingo entre lo que me parece mejor o ideal y lo que es. Sería fantástico un campo sin agroquímicos, pero implicaría una transformación revolucionaria. Me parece más viable en el corto plazo buscar mejoras en la regulación de la aplicación. Consulté a algunos técnicos y me comentan que el control es una tarea bastante complicada. También hay mucho por hacer en materia de concientización de los actores, pero como en el campo producen empresas antes que campesinos, el horizonte no es simple.

-La situación actual, post crisis financiera y sequía que afectaron los precios de los commodities ¿requiere rever el nivel de retenciones en los cuatro cultivos masivos (girasol, maíz, trigo y soja)?

-Las retenciones, como se dijo muchas veces, tienen en principio una doble dimensión, la tributaria y la macroeconómica, de aquí su potencia como instrumento de política. En su dimensión estrictamente tributaria poseen, desde la perspectiva del Estado, una virtud especial, son fáciles de cobrar, y a pesar de alguna subfacturación; difíciles de evadir. Esto las hace preferibles a otros instrumentos, como por ejemplo el impuesto a las Ganancias. En su dimensión macroeconómica son aun más multidimensionales. Primero funcionan para separar los precios internos de los externos. Luego sirven para que el sector público comparta con el privado las ganancias extraordinarias de origen cambiario. En tercer lugar sirven como instrumento de regulación sobre los incentivos o desincentivos económicos para determinados productos o sectores y, lo que en la Argentina es particularmente importante para contrarrestar diferencias sectoriales de productividad, la famosa “estructura económica desequilibrada”. Las funciones no se agotan aquí, también pueden usarse para que la sociedad participe de la renta de la tierra entendida como bien social, pero aquí se entra en un plano más ideológico. Esta breve reseña sirve para hacer evidente que las retenciones son un instrumento con múltiples efectos y, por lo tanto, su manejo no puede nunca ser estático. Se trata de una herramienta de política que demanda un seguimiento muy fino. Nunca debería afectar el beneficio razonable del productor primario, aunque en este aspecto creo que falta un profundo debate de los procesos de formación de los precios internos y de los oligopsonios al interior de las cadenas de valor o circuitos productivos. Por otra parte, las señales de los mercados internacionales muestran hoy una tendencia alcista para la soja y una de estancamiento relativo para trigo y maíz. Los precios parecen haber regresado a los valores de mediados de 2007, antes del auge especulativo. Al margen de la sequía, la producción de soja crece más que la de los restantes cultivos y la sojización es un problema estructural. En este contexto no habría razones para bajar las retenciones a la soja, pero quizá podrían incentivarse los restantes cultivos.

- Puesto a tomar decisiones ¿cuáles serían las medidas que entendés mejor aliviarían la situación de las economías regionales, de los pequeños cultivos y que “des-sojizarían” la discusión?

- Los periodistas siempre nos escudamos en que nuestra tarea es contar y a lo sumo explicar lo que pasa y que no nos corresponde hacer propuestas de política, pero ya que me toca estar del otro lado no me voy a privar del gusto. Yo creo que “EL” problema del agro argentino, no para los empresarios del campo, sino para la sociedad, es el desequilibrio de rentabilidades que favorece la producción sojera. Si uno deja esta situación librada al mercado, la asignación de recursos es completamente predecible: cada vez se producirá más soja. A mi juicio producir “ese yuyo” no tiene nada de malo. El problema es que si se produce soja no se producen otras cosas y se desequilibra la estructura productiva. Adicionalmente, por lo que charlábamos de los mayores requerimientos de escala, esta producción se realiza cada vez con menos gente. Leía en una publicación estadounidense que la soja demanda un puesto de trabajo cada 500 hectáreas y que se estima que “el aumento de la productividad” nos llevará pronto a un empleo cada 1000 hectáreas. Creo que es insólito que se sostenga que el efecto multiplicador sobre la economía de la riqueza generada sea la demanda de departamentos de lujo por parte de los rentistas del agro, o que estos manden sus hijos a estudiar a las grandes ciudades. Es siempre preferible el modelo de “agricultura con agricultores”, como decía la FAA, con más cultivos más intensivos en mano de obra por hectárea. Las medidas de política, entonces, serían desincentivar la soja, con lo que se reduciría el riesgo del monocultivo y la degradación de los suelos, e incentivar los cereales. También trabajaría sobre las cadenas comerciales de todos los circuitos regionales para evitar la extracción intersectorial de renta y favorecer la formación del precio primario. Luego destacaría que el agro no son sólo cereales y oleaginosas, sino también las restantes economías regionales; como la vitivinicultura, la fruticultura, el azúcar, el algodón, el tabaco, la yerba mate y los cinturones hortícolas, entre otras. Los problemas de estos circuitos no están en las retenciones, sino en los mayores costos empresarios y los menores precios internacionales y, para los productores primarios, en los precios recibidos. Intentaría poner gente a trabajar en el abordaje estructural de los problemas de estas economías, en las que hoy se observa una rápida concentración y transnacionalización. En algunos sectores también habrá que ser realistas. Los productores más pequeños deben asumir que los cambios de escala de la producción y las demandas de los mercados de destino por mayor calidad y sanidad, encuentran en el cooperativismo la única salida viable para ellos. No es simple, el campo argentino está lejos de ser una sola cosa. Y siempre es más fácil pensar en términos de crítica de lo que está mal que en medidas ejecutivas superadoras.


Ahí le ví con cara de irse, una familia lo esperaba en el Alto Valle de Río Negro. Retenerlo me pareció demasiado. Y fasos, fasos ya me había dado...


2 comentarios:

Carlos Kraimer dijo...

Buena la entrevista.

Yo también lo conozco al pibe este y no sabía que andaba con fasos encima, sino también lo mangueaba.

Eduardo dijo...

Con relación la FAA y sus posiciones, compartidas por muchos sectores y referentes, como Pino Solanas, Lozano, en su momento la CTA, etc., hay una asunto que no termino de entender y me gustaría dejar como interrogante. ¿Por qué motivos sería deseable un agro en el cual prevalezcan los “pequeños productores”? O, extendiendo más aún el argumento, ¿por qué sería mejor que en una determinada economía dominen las Pymes y no las grandes compañías? ¿Qué beneficios sociales y macroeconómicos se supone que traería aparejado una economía compuesta por un gran número de pequeños productores, sean agrarios o industriales? Las Pymes pueden ser actores importantes en una economía donde la competencia se realiza por el diseño, donde prevalece la elaboración de productos diferenciados, donde se realiza I&D, etc. Pero honestamente me resulta difícil imaginar un lugar especial para las Pymes en la elaboración de productos estandarizados, donde prevalecen economías de escala y se compite por precios y costos de producción. En síntesis, no veo cual es el sentido económico (y mucho menos social) de defender a los “pequeños productores” de commodities como soja o girasol.

Saludos

Eduardo