viernes, 13 de noviembre de 2009

Líneas



La siguiente historia está basada en un hecho real.

Un mateo que a veces pone rumbo al sur por Avenida del Libertador, rellano de una ciudad dueña de un antiguo esplendor de bosta y trigo, me contó que conoce algunos secretos.

Bajo la sombra de un tilo que lo amparaba del calor, me dijo que en una de esas curvas que traza la Avenida, allá frente a todo ese racionalismo asfixiante del Automóvil Club, una línea blanca a trazos que se deslizaba sobre el pavimento, súbitamente se encontró con una doble amarilla que venía separando oficinistas metódicos y aburridos, que remontan esa vena invertida y transitoria para escapar cada día de sus cárceles de powerpoint y abrochadora.

-Es muy extraño- me dijo - esa línea blanca que conocía muy bien el arte de flotar y hundirse intermitentemente sobre su laguna negra, en un desvarío impensado fue a dar contra una doble amarilla espesa y reluciente. -Jamás hubiera anticipado, nuestra audaz blanca, que esa dorada gorda y presuntuosa se cruzaría en su camino. Entonces, desconcertada y temblorosa, frente al apremio y a los decímetros que se convertían en centímetros, tomó una decisión urgente que la pusiese a salvo de una muerte segura y trató de sumergirse para reaparecer más tarde. Tarde que para ella era adelante. Pero no lo logró. Las fauces jóvenes de esa rubia con brillitos se abrieron para recibirla casi con displicencia. Se confirmaba así, una vez más, la secreta regla de la señalización horizontal con que los viejos empleados de vialidad verduguean a los jóvenes: las líneas amarillas se comen a las blancas.

No lejos de allí, las compañeras blancas que quedaban a su derecha, aquellas con las que jugueteaba desde que naciera en ese solar privilegiado frente al Zoológico, al pasar frente al Bellas Artes notaron su ausencia y empezaron a preocuparse. Se preguntaron, curiosas, adónde estaba su compañera. Adónde habría quedado. Quizás entretenida en recorrer una boca de inspección, quizás trabada por alguna alcantarilla enclenque. Y se afligieron, porque era tan rápida como distraída.

Entretenidas, despreocupadas, no habían percibido el instante trágico en que la audaz blanca era devorada por una doble amarilla tan joven, nacida poco antes, allí en Pueyrredón, bajo la ojos de un Alvear al que una historia apócrifa le reservara un corcel eterno e inmerecido.

Después de que un testigo insobornable de los hechos, el cartel verde que marca la dirección a Ezeiza (tan necesaria para los vecinos de la zona), les contara lo sucedido, sobrevinieron la angustia y la intranquilidad. Agravadas cuando el cartel verde usó la palabra "siniestro", aprendida en una reunión que alguna vez mantuvo con un productor de seguros y que sólo usa en contadas ocasiones.

-Terminar deglutida por una doble amarilla, eso es imposible- dijo la segunda desde la derecha.
–No podemos desconfiar del cartel, segunda, ve todo desde su posición privilegiada y no hay razones para que nos mienta- dijo la tercera, mientras veía acercarse peligrosamente una boca de tormenta que la sumiría en un breve sueño de segundos. Que ella contaría por centímetros.
-Pero no entendés?!- insistió la segunda –Se supone que somos paralelas, que no podríamos acercarnos y mucho menos tocarnos. Y el cartel dijo que se la comió una doble amarilla. Eso es imposible!...-

La tercera se quedó en silencio, sin respuesta frente al razonamiento y la inteligencia implacables que la segunda ya venía demostrando desde Coronel Díaz. Entonces, la cuarta, que venía escuchando silenciosamente el diálogo y que había quedado, después del fatídico cruce, en el extremo izquierdo, sugirió con crudeza implacable un pensamiento que más que eso fue un puntazo directo a la autoestima del grupo:

-Y si no somos lo que pensamos? Y si, en realidad, nuestro paralelismo no es una regla sino sólo una sugerencia, una insinuación?

Las expresiones dijeron todo. Las bocas dijeron nada. La pregunta quedó allí, agobiante, inoportuna, mientras se acercaba la cebra de Callao.



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1 comentario:

Dr. Carlos A. Medina dijo...

Entonces pensemos en lo que somos, en lo que hacemos, en lo que deseamos y dejemos que la apariencia se trasforme como esa doble línea amarilla en una pregunta, somos lo que pensamos?