lunes, 7 de marzo de 2011

Realismo



Como nuestros lectores saben, este blog no se caracteriza por ofrecer líneas de pensamiento profundas y alambicadas. Usté sabe que, si busca eso, tiene que recurrir a blogs hechos por profesionales en la materia.

Este es un blog vago, tirando a holgazan, un alarde del copia y pega. Pero a veces, en nuestros habituales recorridos, levantamos cartones que se parecen y se parecen a sí mismos. Lo que la gente conoce como lugares comunes.

Uno de esos es consiste en una línea de pensamiento muy habitual entre mucha gente, que invita a suponer que gobernar es el ejercicio de la jefatura de una estructura absolutamente piramidal, en la que cada componente de la sociedad rinde cuentas a un líder que a su vez rinde cuentas a un líder único y superior que en nuestro caso llamamos “la presidenta” (o “el gobierno”, dicen los que no quieren hacer nombres).

Es una visión que, a pesar de su simplicidad, o quizás gracias a ella, está instalada de manera muy firme en diversos sectores. La definición hecha arriba sobre estructura piramidal nos deja el campo libre para llamar a esta concepción como faraónica: todos somos súbditos del faraón, por vía directa o por vía indirecta al ser súbditos de burocracia de funcionarios de gobierno. El faraón es una suerte de gran hermano orwelliano que está al tanto de todos los detalles de su reino y conoce cada imperfección: cuando no se hace cargo de repararlas, es por desidia o incompentencia. La diferencia con el Imperio Egipcio radica en que podemos cambiar al faraón cada 4 años. De la esclavitud para construir pirámides no estoy tan seguro.

Así, para deslindar responsabilidades por las largas colas y la poca cantidad de cajeros que cubren sus puestos en horas de almuerzo en el banco, una vieja culpa al gobierno. Mientras tanto, un oficinista acepta mansamente que los aumentos de precios son culpa “del subsecretario de aumentismo”. Y un tachero nos explica que Boca perdió porque seguro que la bronca de Riquelme fue atizada por algún ministro.

Este, llamémoslo paradigma, ofrece una explicación perfecta para gentes de pensamiento corto. Porque tiene muchas líneas de contacto con lo que se conoce como sentido común.

La verdad, no sería grave (ni merecería un post) si no fuera que representa un frente que la verdadera política debe combatir. Puesto que las consecuencias de este facilismo benefician de manera directa el status quo. Colaborar en debilitar esa concepción es una militancia silenciosa por la que nadie nos va a dar una medalla, pero tiene un valor enorme.

De manera que, señora vieja en la cola del banco, señor oficinista, joven tachero, el poder NUNCA es una pirámide. Ni siquiera lo era para los faraones. Eso lo pudimos haber malaprendido con Walt Disney, pero, como siempre, la realidad es mucho más compleja que “y fueron felices para siempre”.

Ejercer el poder ejecutivo de un país presidencialista como el nuestro no equivale a encaramarse en la silla más alta de Luxor o Karnak. Sino sumergirse en el centro de un enorme sánguche y tomar decisiones teniendo siempre dos grandes limitantes:

- El pan de arriba son los factores de poder, en sus diversas formas y conjugaciones. Algún día hablaremos de esa expresión: "factores de poder".

- El pueblo, el que depende de su trabajo para subsistir, es el pan de abajo.

Los factores de poder no son permanentes en su configuración ni son homogéneos en su composición, pero SIEMPRE están allí para marcarle la cancha al gobierno. A veces pactando, a veces confrontando. El pueblo también, SIEMPRE está allí: más o menos dinámico, más o menos esclarecido.


Cuando un gobierno jamón se recuesta en su sistema de decisiones, con clara preferencia sobre uno de los panes, tarde o temprano el otro pan le hará saber su disgusto. Y viceversa.

Preguntémosle a todos los gobiernos que vieron licuar su poder por dicha persistencia. Por ejemplo sobre el pan del poder. Preguntémosle hoy al cuello de Luis XVI qué opina de la frase de su esposa frente a una multitud hambrienta e irascible: “si no tienen pan, pueden comer tortas”.

O, más cerca en nuestra geografía y nuestra historia, preguntémosle a De La Rúa si ya se enteró de quién es Teresa Rodríguez (no lo creo).

Es, naturalmente, deseable que un gobierno se recueste permanentemente sobre el pan del pueblo, el abajo. No sólo por una estricta cuestión de justicia (social). Mejor aún cuando detrás de tal decisión subyace un plan (no el de DeNarváez, ojo). Pero incluso esa decisión, camaradas trotskistas y ultraprogresistas, puede ser inviable.


Preguntémosle, por ejemplo, a Salvador Allende qué opina del lockout de transportistas en el Chile del 73.

Lo que podemos decir, con alegría, es que hasta acá, el actual gobierno ha sido un ejemplo de REALISMO político, tan necesario y tan poco frecuentado.



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3 comentarios:

daniel z dijo...

La metafora sanguchera es esencialmente correcta pero,a mi juicio,le falta un pan:la burocracia,el funcionarado permanente que supuestamente debe hacerse cargo de resolver los problemas cotidianos.Por ejemplo,si la policia,en la busqueda de una familia desaparecida en viaje,hace lugar a las hipotesis mas estramboticas para finalmente encontrarla en el lugar mas obvio,lo que falla no es el gobierno sino un organismo que deberia cumplir eficientemente sus funciones con independiencia de quien este al frente del Estado.

Anónimo dijo...

Me hizo recordar cuando hace muchos años al tener que pagar el gas acá en Mardel había que esperar HORAS por no se que quilombo administrativo que se había mandando la empresa y la gente caliente decía "Y yo lo vote!"

Realmente le atribuían al ejecutivo la culpa!! Insanía total.

De el post, comparto plenamente la crítica más me gustaría saber mejor que se entiende por esos "factores de poder", es como muy ambiguo.

Saludos.

Rafa dijo...

Contradicto: yendo al comentario de Daniel, se cuenta que Néstor en los inicios de su mandato largó la frase "El Estado soy yo" citando a otro Luis (el XIV). No con el mismo sentido sino dando a entender que debajo de él no había ninguna estructura estatal que funcionara aceptablemente. El armado de una burocracia eficiente es imprescindible, y ahí es muchísimo lo que falta por hacer.

Desde ya, el culpar al gobierno de toda calamidad grande o pequeña, por alejada que esté de sus áreas de gestión, es algo casi instintivo para muchísima gente. No sólo aquí, valga como ejemplo el dicho popular italiano: "Piove, governo ladro; non piove, governo ladro".

Un abrazo.