sábado, 20 de agosto de 2011

La anti-balsa de piedra (4)


Miró el reloj y marcaba dos y media. Se sentía cansado. Cerró la puerta y apuntó con naturalidad hacia el puente, como cada noche. –Uff! esas botas – pensaba, mientras movía dentro de las zapatillas los dedos, que disfrutaban estirándose, libres por fin de la presión que les imponían las botas y que sólo se repetiría al mediodía siguiente. –Le voy a reclamar a Parella que me las cambie por un número más. Ya le dije que me andan chicas – en estos pensamientos venía con el paso ágil y la cabeza gacha, como un ceniciento al que le dieron las doce y deja de ser un gaucho argentinou parriyerou with bolas y pasa a ser Juan Monsalvo, el que se toma el 105 a Sáenz Peña. Nadie en las cercanías, ni siquiera el muchacho de Prefectura al que siempre saludaba cuando se subía al Puente de la Mujer, el recorrido que más le gustaba.

–Le dije a Parella que calzo 43, será sordo o boludo este, eehp…tuvo que frenarse de golpe, un instante antes de una pestaña, antes de caerse, antes de la muerte. El corazón le dio un golpe contra el pecho, como queriendo huir de su propio cuerpo y de lo que estaba viendo. Hizo equilibrio con los brazos y en la maniobra casi pierde el bolsito verde que lo acompañaba a todos lados. Sintió el corazón que trotaba como un potro, trató de aferrarse a la baranda metálica y empezó a creer en Dios. El Puente de la Mujer se cortaba. Se terminaba. Y abajo el vacío. Y allá en el fondo, el agua, mansa, aleonada. Se dio cuenta que ya estaba transpirando. –Qué cagazo, mamita! – se escuchó decir a sí mismo. Miró para los costados. Buscó alguien cerca, atrás. Nada. Estaba solo. Ningún caminante cerca, ningún vecino con insomnio que hubiera salido a dejar de aburrirse en la casa. Y a ayudarlo a entender eso que veía y no podía entender. Allá, a lo lejos, la figura quieta y solemne de Cristobal Colón. Atrás el telón de luces fucsia en la Casa Rosada. Quizás aquel, a punto de bajar del bote en la nueva tierra, hubiese sentido el cagaza que el acababa de experimentar. El Puente de la Mujer cortado. Los listones de madera deteniendo su continuidad para volver a aparecer un par de metros más allá.

-Qué hago? Tengo que avisar. A quién? Quiero ir a casa, pensaba. – Se asomó de nuevo al borde. Allá abajo el agua. Y todo el resto igual. Pero el puente, separado, discontinuo. – Si pego el salto y llego al otro lado, aviso allá enfrente – deliró. –Nooo, qué voy a saltar esto. Son como dos metros. Ni en pedo – Desanduvo sus pasos, despacio, midiendo la resistencia de las tablas a cada paso. Esperando que nada así volviera a pasar por los próximos diez metros, por lo menos hasta que estuviera en tierra firme. Llegó y volvió a la parrilla, que estaba a pocos metros. Golpeó. Todavía estaba Parella en la caja, contando guita. Le golpeó el vidrio con una llave y cuando Parella levantó la vista, se sorprendió de ver el aspecto, la cara de Monsalvo. Agarró la llave y salió caminando con prisa hacia la puerta, pero con cautela, pensando que podría estar siendo víctima de un robo o que estaba pasando algo raro: -Qué hacés, Monsalvo, qué cara, viejo!? – No. No sabés. – tomó aire de nuevo para poder seguir hablando.- El cagazo de mi vida. Casi me muero. – Qué?! Qué pasó? Te afanaron? – No. Callate. – Vení, pasá, qué hacés ahí en la puerta? – Vos vení. Seguime. Vení a ver esto. – Qué pasó? – Vení. Vení. Cerrá todo con llave y vení. Dale. No lo vas a poder creer. A Juan le gustó el enigma. Volvió a la caja. Metió los fajos en el estante de abajo, cerró la puertita y volvió hacia la puerta. Ahí cerró con llave mientras Juan lo miraba a unos 4 metros. - Casi me muero, Parella, mirá. Vení a ver esto. – Salgo como siempre y agarro por el puente, que me saca directo – Sí, y? – Pará, pará.- Mientras caminaban Juan empezaba a rezar pidiendo que no hubiera sido un sueño. Que lo del Puente estuviera ahí y se lo pudiera mostrar a su jefe. Subieron al puente y escuchó de atrás – Adónde me llevás, de paseo, me querés dar un beso en el Puente, Juan? – Monsalvo se detuvo. Se dio vuelta y con la mano derecha le indicó la imperfección. El corazón le volvía a latir fuerte.

Parella se quedó duro. Helado. El Puente de la Mujer estaba abierto, separado. Y no era la maniobra de giro para que pasaran los barcos, estaba igual que siempre, apuntando al otro borde. Pero separado de este lado unos 2 metros, 2 y pico. – Viste? – le dijo Monsalvo, algo sobrador.- Casi me mato. Venía caminando a los pedos, con la mirada baja y casi no lo ví. – Uuyy! Boludo. Es impresionante.- Decímelo a mí. Casi me voy al agua. Y no sé nadar.- Hay que avisar- dijo Parella. Bajaron del puente juntos, caminando despacio y volviendo la vista cada tanto hacia el borde del lado opuesto, para fijar en sus retinas eso que no podían creer. –Pellizcame- le dijo Monsalvo. – No será la grieta de Belgrano? pensó Parella.

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