martes, 15 de julio de 2014

Bruna Capitana


Bruna es hermosa, tiene 20 y vive lejos. Dulce, sensible y muy perceptiva del corazón, te ve y mucho antes que nadie sabe cómo estás. Bruna te ahorra varias preguntas. Hablando es inteligente. Escuchando es mejor.

Bruna, como los chicos de su edad, está aprendiendo a vivir la vida, ese río con remansos y rápidos que será para ella un camino largo, bello y enriquecedor. Seguramente de esas aguas y su experiencia sabrá destilar lo que la haga más íntegra, más mujer, más humana.

Pero Bruna también sufre cuando, tan joven, la vida, las instituciones, el status quo la obligan a elegir su carrera, su trabajo, su profesión, mucho antes de haber sido llamada.

Sufre porque se siente insegura e incierta, porque el mundo le dice que esa elección es una suerte de matrimonio único y definitivo, que la condicionará, para bien o para mal el resto de sus días.
Hay veces el mundo se pone insoportablemente incomprensible: por qué el apuro? Por qué la presión?

Uno, con más dolores y menos dientes, tiene tantas cosas para decirle a Bruna. Muchas le podrán ser útiles. Y la mayoría inútiles, ininteligibles, extemporáneas.

Decirle que la vida es larga, que es mucho más larga hoy que en el pasado, que nuestros mayores llegan a 60 como robles sanos y fructíferos, con años por delante para seguir haciendo. Que cualquiera con 45 años vivió 20 años de profesión, de oficio y está en perfectas condiciones de recrearse y empezar de nuevo.

Decirle que a pesar de que este mundo tecnocrático nos quiere especializados, expertos y filosos en un asunto, engranajes perfectos de una maquinaria que debe seguir rodando, todavía hay lugar para Leonardos, Galileos, curiosos múltiples e insatisfechos del paisaje que ven, seguros de que más allá del horizonte hay más y mejor por conocer.

Mucho de esto puede ayudar.

Pero lo más significativo que este humilde blog cartonero le puede transmitir a Bruna en estos días está en el terreno del corazón: hay que dar pelea.

Hay que luchar sin tregua contra ese mundo que nos preparó desde pequeños para ocupar el lado pasivo de la historia, el de recibir, contabilizar, incorporar, yendo desde la teta de mamá al recibo de sueldo, que hace cúspide en el “tanto tenés, tanto valés”.

Mundo que nos acostumbró a evaluar todo el tiempo qué recibimos, en qué nos beneficia, qué ganamos con esta relación, con ese arreglo, con aquel pacto. La verdad es que ningún futuro suena promisorio cuando se mide por lo que nos entrega.

La clave reside en mirar el revés de la trama.

Y es difícil, porque significa romper con el pasado, con la cultura, con tradiciones y mandatos fuertes como el acero.

Pues vale la pena ese esfuerzo de dar vuelta la ecuación, de poner todo patas para arriba, de patear el tablero y pensar, de una vez, qué le quiero dar yo al mundo.

Qué le voy a ofrecer y cómo voy a entregarme a otros, cercanos y propios o lejanos y desconocidos, no importa.

Ahí yace la clave: elegir carrera no es pedir y preguntarse qué me ofrece, sino preguntarse qué le voy a dar yo al mundo en ese lugar de entrega, buscando siempre dar todo.

Ni siquiera preocuparse por lo que me tocará, ni cómo, ni dónde, ni cuándo.  

Quien desdeña paradigmas infalibles  y encuentra el lugar desde el que se ve a si mismo entregando todo y lo entrega desde el corazón, ha encontrado su vocación.

Vocación que no reside en elegir caprichosamente qué recibo, sino qué entrego.

Y si fuera necesario extenderse, baste decir que cuando vemos a alguien en acto de entrega, su solo gesto nos conmueve y nos invita a reconocer, a aplaudir, a respetarlo. Lo que sinceramente resulta secundario porque, en este punto, no necesitamos hablar de retornos, sino de inversiones (en especial las morales).

A pelear, entonces, por descubrir dónde, cómo y qué quiero dar, cuál es ese lugar en el que seré integro dando lo mío y sus partes.

Que cuando la mar se ponga bravía y la tormenta arrecie, ese rumbo será el más firme.


1 comentario:

Anónimo dijo...

hermoso y profundo, gracias cartonero.
un lector anónimo.