miércoles, 23 de julio de 2014

Pasado y futuro


Hay personas que sufren enfermedades crueles, injustas, males que les vedan su pasado.

Estos hombres y mujeres llevan vidas que nos son inescrutablemente familiares, herméticas. Nunca sabremos como es no tener pasado. Hasta que por fin sea demasiado tarde. Y no lo tengamos.

La instancia de la madre que se emociona como nunca porque su hijo la acaba de llamar... por segunda vez...en tres minutos... con una última recomendación... sólo nos dice algo de ese instante y de esa madre, que un hijo sagaz podría convertir en ametralladora de felicidad, con balas que son llamadas cada tres minutos.

Pero nada dice del sufrimiento íntimo de una madre que no puede recordar el día que ese mismo hijo, hace 25 años, emocionado, la llamó desde la facultad para decirle que había aprobado, y que tenía un hijo médico.

Algo así, o algo exactamente simétrico le ocurre a personas que "no tienen futuro". Y no me refiero a su foja delictiva. Hablo de percepción, de tener cercenado, olvidado si se me permite, el futuro.

En ellos el futuro no es más que una laguna enorme, transparente y calma en la que solo se agita módicamente la superficie, cuando deben marcar en la agenda la próxima visita al dentista. Y poco más.

Pero se puede vivir sin pasado.
Y se puede vivir sin futuro.
Aunque para el resto de los mortales, los que caminamos el campo entre un ayer y un mañana, esas perspectivas suenen no sólo lejanas, también insoportables.

Y así como el pasado se construye con ladrillos de recuerdos, que vamos apilando en una construcción displicente y subrepticia que, inevitablemente al cabo de los años termina cediendo, derrumbándose, desparramada. Y se torna difícil encontrar ladrillos enteros, pares ordenados, secuencias lógicas.

Así el futuro se construye con ladrillos de sueños, de ilusiones, de esperas, en un paisaje personal y particular que, sin embargo, gracias a la palabra podemos compartir, ceder, otorgar.
En la amistad de un fogón, en el bravío discurso de un atril, en la franqueza final de una borrachera.

A veces, los hombres y mujeres que no tienen futuro, con dulzura, con inocencia, nos preguntan cómo son los sueños. Y nosotros, desnudos, a tientas, primitivos, intentamos una pintura que nunca pasa de bosquejos, de sonidos primitivos.

Nos duelen como propios los hombres a los que el futuro les ha sido negado. Nos duelen como veleros sin viento.

Ojalá el final del camino nos encuentre juntos, solidarios, contándole al otro lo que le falta.
Y escuchando con lágrimas lo que no tenemos.




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