domingo, 7 de diciembre de 2014

Uia, me dejé estar


En los últimos días ha tomado cuerpo un en apariencia anacrónico debate que fogoneó el lobbysta máximo de Techint Luis Betnaza. En una primera instancia “tranquilizó” a sus socios del Foro de Convergencia Empresarial asegurándoles que “en el próximo gobierno, el Mercado le va a ganar al Estado”.  Y luego aprovechó la realización de la vigésima Conferencia Industrial de la UIA para continuar su obra con otra expresión casi tan feliz: “no habrá un debate por achicar al Estado, aquí se trata de liberar las fuerzas del mercado”.

Anacrónico decimos porque voceros de la industria nacional están planteando un debate que tuvo lugar en los períodos 76-83 y 89-2001 con resultados demasiado obvios como para ser expuestos aquí.

Los industriales argentinos, al menos los que opinan desde la UIA, vienen a advertirnos que algún tipo de contención tácita los tiene amarrados, sujetos e imposibilitados de entregarle al país todo lo que tienen para darnos.

Una forma interesante de evaluar su potencial, su capacidad de gestión y su eficacia consiste en identificar la magnitud, despliegue y articulaciones que la propia cámara industrial ha podido desplegar en estos 127 años de vida. Y para eso nada mejor que las comparaciones.

Cruzando el río Iguazú toma cuerpo la entidad que nuclea a los industriales brasileños, llamada CNI. Esta institución, que es 49 años más joven, ha desarrollado algunos emprendimientos institucionales notables.

Por ejemplo el SENAI, Servicio Nacional de Aprendizaje Industrial, que es el brazo institucional a través del cual los industriales brasileños configuran y formatean los recursos humanos que necesitan para encauzar su desarrollo industrial. Junto con otros organismos que dependen de la CNI (SEBRAE, SESI, IEL) el SENAI se ha convertido en una prestigiosa institución que ha llegado a los rincones más inhóspitos de Brasil para llevar la cultura de la educación y el aprendizaje de oficios y tareas técnicas requeridas en la industria. Ningún brasileño que desarrolle una tarea técnica en la industria, por básica que sea, ha dejado de atender algún curso del SENAI, y en general más de un curso, varios.

Para ponerlo en su verdadera dimensión, mencionemos algunos números reflejados en su Reporte Anual 2013. En ese año SENAI contuvo:
  • Más de un millón y medio de alumnos en sus cursos ordinarios de Educación Continua para operarios industriales (son los cursos estándar para formar desde clarkistas básicos hasta matriceros),
  • Más de 1.6 millones de participantes en acciones educativas focalizadas (por ejemplo visitar escuelas medias y presentar a la comunidad educativa el SENAI y sus posibilidades, una forma de inducir a las personas al trabajo industrial),
  • Cerca de 1.6 millones de alumnos participaron del programa de Salud y Seguridad Laboral,
  • Casi 3.4 millones de alumnos en cursos cortos en alguna de las 500 unidades de atención distribuidas por todo el país,
  • 10 Institutos SENAI de Innovación y 14 Institutos SENAI de Tecnología en todo el país,
  • 800 mil matrículas extendidas en aprendizaje a distancia sobre una cartera de más de 250 cursos,
  • Convenios de asociación estratégica con la Sociedad Fraunhofer de Alemania y el MIT de Estados Unidos,
  • 150 unidades de biblioteca móvil trasladándose por todo el país,
  • El Programa SENAI  de Acción Inclusiva identificando e incluyendo personas con capacidades especiales en su sistema de educación profesional,
  • 320 unidades móviles de educación llegando a lugares de difícil acceso del territorio y
  • Presencia en 12 países a través de convenios de cooperación.

Uno  nunca podría pensar que semejante despliegue institucional es hijo de la filantropía empresaria verde-amarela: claramente se trata de masificar el acceso al aprendizaje técnico con el objeto de ampliar hasta niveles impensados la oferta de trabajo, lo que debería inducir a una inevitable baja en los costos laborales brasileños. Es un dato de la realidad. Pero al mismo tiempo plantea un beneficio insoslayable para la población, que puede acceder a conocimientos y ofertar servicios de calidad en el mercado de trabajo. Es lo que necesita un país que pretende industrializarse.

Una y otra vez escuchamos a los empresarios argentinos quejarse de las dificultades y el costo para conseguir mano de obra calificada en nuestro país. Lágrimas de cocodrilo: como efecto nunca vimos ningún esfuerzo para modificar ese estado de cosas.

Después de semejante listado nos vemos tentados a invitar al lector a recorrer la página web de la UIA tratando de identificar su accionar institucional: preferimos evitarle al lector ese triste paseo. Ni siquiera diviéndo por 5 los número antepuestos (para mantener las proporciones de magnitud entre ambas economías) la cámara empresaria argentina tiene algo para mostrar.  

La UIA no pasa de ser una clásica institución de apriete y lobby al poder político argentino.

Es lo que fueron. Es lo que son. Es lo que los grandes empresarios industriales argentinos nunca dejarán de ser: los hijos tecnificados y dilectos de una inoperante oligarquía rentista.



1 comentario:

Anónimo dijo...

Esta es una explicación del porqué fracasan las convocatorias que se hacen a una oligarquía industrial a integrarse a un proyecto de Nación diferente. No es ese modelo el que aumenta su tasa de ganancia.