sábado, 26 de marzo de 2016

Una línea de conducta



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Edelmiro Correa Falcón calculaba que allí hubo aproximadamente 120 fusilamientos. El comisario Isidro Guadarrama nos dice que en total habrán sido entre 140 y 150, pero toma la cifra de Correa Falcón como muy seria. Este último nos manifestó que fue el capitán Campos quien con su sangre fría logró que a ningún soldado se le aflojaran las piernas y el comisario Guadarrama tuvo palabras de sincera objetividad al recordar cómo el subteniente Frugoni Miranda demostró su presencia de ánimo manejando el revólver para despachar chilenos. “Les daba en la cabeza —nos dice— con una tranquilidad realmente pasmosa”.

Vayamos a las declaraciones del soldado de caballería Octavio Ramón Vallejos, del escuadrón de Viñas Ibarra, tomadas por el Centro Permanente de Historia de González Chávez, con respecto a la noche del 7 de diciembre de 1921, en la estancia “La Anita” de los Menéndez Behety:

“Esa noche se fusilaron varios de los obreros calificados de dirigentes. A mí me tocó tirar en éste y otros pelotones de fusilamiento. Por lo general a los obreros los poníamos en fila codo a codo frente a una zanja, algunos caían dentro, otros quedaban arriba en el borde o colgando mitad dentro y mitad fuera. Nunca los enterrábamos.”

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Si los huelguistas se permitían ser valientes no menos valentía iban a demostrar los de uniforme. No era aquí cuestión de aflojar. La muerte de Pablo Schulz y del alemán Otto son una demostración de cómo el ser humano puede enfrentar el destino con serenidad y estoicismo. Nos relató Walter Knoll que en el momento en que se lo llevaban Otto le gritó con un dejo de nostalgia: “Grüsse an die alte Heimat!” (“recuerdos para la vieja Patria”), como quien se da cuenta de que ya no podrá volver a ver su paisaje, el paisaje que lo vio niño. Contamos también con el relato del propio soldado asistente del capitán Viñas Ibarra, cuya declaración fue tomada por el Centro Permanente de Historia de González Chávez: se trata de don Juan Faure (L.E. 1.325.301), uno de los afiliados más antiguos del Sindicato de Trabajadores Rurales y Estibadores de Adolfo González Chávez, que hizo el servicio militar en el 10 de Caballería. Dice así:

“Estuve en el encuentro de la estancia “La Anita” donde realicé el primer fusilamiento de dirigentes que tuve que efectuar con otros cinco soldados. Los detenidos, que estaban concentrados después de la rendición, sentados en el suelo eran clasificados por los estancieros de la zona, permitiéndoseles retirarse en libertad a los que éstos reconocían como peones de buena conducta de sus establecimientos y fusilándose a los que poseían antecedentes o eran inculpados de cabecillas o de hechos delictivos. El fusilamiento que me tocó efectuar se ejecutó en “La Anita” en un grupo de siete prisioneros. Dos de ellos de origen alemán, pidieron permiso al subteniente para abrazarse antes de morir pues dijeron ser viejos compañeros de aventuras y que con la muerte no pagarían todo lo que habían hecho juntos. El disparo que le efectué a este alemán lo hirió en el costado del pecho, por lo que abriéndose la camisa y señalándose el corazón dijo: “pegúeme otro tiro pronto así me matan enseguida”. Pero el subteniente —Frugoni Miranda: Faure lo menciona en otro aspecto de su declaración— le dijo: “hacelo sufrir un rato para que pague lo que hizo”. Al dispararle por segunda vez, cayó muerto. Detrás de la fila de los soldados que efectuaron la ejecución había otros apuntándolos con carabinas con orden de hacer fuego sobre el que se negara a tirar sobre los condenados. Los cadáveres se les dio órdenes de sepultarlos en una fosa pero por no cavarla los soldados desobedecieron la orden y los quemaron empapándolos con querosene, motivo por el cual fueron arrestados por sus superiores. Con respecto a los cadáveres de los fusilados, los soldados antes de quemarlos o enterrarlos, les registraban los bolsillos apropiándose así de cierta cantidad de dinero en moneda chilena.”

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Extraño. A todos aquellos argentinos acostumbrados a tener fe en sus instituciones les debe costar creer que las tropas hayan cometido todo esto. Robar a los cadáveres de obreros fusilados por huelguistas. Sacarle los pesitos ganados arreando ovejas, todo el día montados a caballo con callos en el culo, aguantándose el frío y la nieve, sin mujer, sin cariños, sin hijos, sin libros, sin escuelas. Siempre con esa sonrisa sometida, torpe, huidiza, del peón chileno. Gente de piel con el color de los que no se lavan nunca. Gente sin nombre, de la mirada vidriosa, aguantadores, como si la carne de capón se les hubiera reencarnado en esos rostros sin vida, en esos cuerpos sin belleza, en esas ropas puestas solamente para tapar la vergüenza, pero no para defenderse del frío. Chilenos. O ni siquiera eso. Chilotes, nada más que chilotes.

Y a ésos, en el momento en que estaban boqueando después del fusilamiento, como cuzcos refregándose contra el suelo, ahí nomás les metían la mano en el bolsillo. Un acto impúdico, obsceno.

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Pero volvamos a Jaramillo y a “Facón Grande”. Otro testimonio fundamental que da por tierra con lo sostenido por Varela en su parte militar es el del señor Pedro A. Cittanti, antiguo vecino de Puerto Deseado, que a la edad de 18 años le tocó ser testigo de todo lo desarrollado en Tehuelches, Jaramillo y Deseado. Concurrimos a la casa del señor Cittanti en compañía del secretario de Cultura de la Municipalidad de Puerto Deseado, señor Ricardo Roberts. Su testimonio es el siguiente:

“En diciembre de 1921, tenía yo 18 años y era empleado de la Sociedad Anónima Importadora y Exportadora de la Patagonia, denominada “La Anónima”. Ellos eran agentes de la Ford. Cuando llegó Varela con el 10 de Caballería se nos ordenó en la empresa que preparáramos varios coches para cargarlos al ferrocarril. Estuvimos trabajando en ello hasta medianoche. A la madrugada salimos con el tren rumbo a Jaramillo llevando los coches y la tropa. En Jaramillo se mandaron los coches abajo. Ahí Varela recibió todas las informaciones sobre los huelguistas de la señorita Minucci —luego señora de Gamarra— que se comportó como una verdadera heroína. (…) Ya allí quedó todo tranquilo porque después se hizo el arreglo entre Varela y “Facón Grande” en el que tuvo participación Mesa, gerente de “La Anónima” en Pico Truncado, que salió como especie de garantía del convenio. Prácticamente Mesa fue quien influyó para que Font y su gente se entregaran. Font llegó a Jaramillo y no lo fusilaron de inmediato. Estuvo allí moviéndose en la estación, hay fotografías de él en esos momentos en que se ven las casas de Jaramillo tal cual están ahora. Allí lo dejaron, en la estación. Hasta que se dijo: “¡Vamos! ¡Vamos!”. Nosotros nos pusimos en marcha y vimos cómo subieron a 18 huelguistas que los llevaban en vehículos detrás de nosotros. Salimos de Jaramillo y en determinado momento, después de algunos minutos, ellos se desviaron. Nosotros paramos y al rato sentimos descargas de fusilería. Allí estaba “Facón Grande” y ese muchacho Romero cuyo padre era peluquero en Deseado. Después de la descarga vimos a dos correr subiendo la lomada, pero a los metros les hicieron una segunda descarga y quedaron allí. El entierro de esa gente no se hizo, quedaron allí, en el campo de Cimadevilla. A unos tres kilómetros de la estación de Jaramillo. Ahora hay alambrados pero antes no los había. Yo confirmé el lugar un año después cuando fui a visitar a Turcato en su estancia con mi padre y un hermano mío. Nos quedamos a almorzar en el hotel de Jaramillo y un mozo del mismo nos indicó perfectamente el lugar. Nos llegamos hasta allí y encontramos la marca de un pozo donde habían sido enterrados, ya tapados. Era una fosa bien amplia de unos diez metros de diámetro. Eso fue un año después, en el verano. En esa fosa hay 18 caídos. Fue muy desagradable para nosotros, desde el momento en que oímos las descargas y vimos correr a esos dos y luego caer; tratamos de separarnos y no hablar y cuando llegamos a Deseado nos abrimos de la tropa. Lo que afirma el teniente coronel Varela en su parte de guerra que “Facón Grande” fue muerto en el combate de Tehuelches es un disparate.”

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Los que preceden son extractos del libro de Osvaldo Bayer “LaPatagonia Rebelde”. Un libro meticuloso y profundo en el que su autor desgrana el salvajismo y la violencia de la represión contra los huelguistas rurales patagónicos. Los párrafos elegidos son trazos unidos por el factor común Estancia La Anita.

Estancia La Anita. El punto cuspidal de esa violencia estatal son los fusilamientos realizados en Estancia La Anita. Por dos razones: están entre los primeros en orden cronológico y son los más numerosos. El motivo radicaba en enviarle un mensaje a los huelguistas: que no esperaran misericordia. No sólo era el mensaje de los milicos. En esencia era el mensaje de los Patrones.

Los Patrones. Estancia La Anita pertenecía a Menéndez Behety. En rigor Braun Menéndez Behety, que habían establecido en Estancia La Anita la capital de un imperio sin fronteras y sin ley, asentado a caballo de Chile y Argentina, en el extremo sur de la Patagonia. La Patagonia de los Braun Menéndez.

Allí la ley y las reglas eran las palabras de Mauricio Elías Braun Hamburger (el hombre que premiaba a los paisanos con una libra esterlina por cabeza de yamán o tehuelche que le trajeran a su estancia) y los estados argentino y chileno sólo hacía su aparición cuando él los necesitaba, usualmente en forma de ejército o gendarmería, para imponer su voluntad con las armas.

La herramienta operativa de este imperio era la Sociedad Anónima Importadora y Exportadora de la Patagonia, que con semejante nombre pronto se popularizó como la “Anónima”, nombre que llega hasta nuestros días edulcorados, y blanqueado como Supermercados La Anónima. Quizás le suene.

Hay una línea genealógica directa entre Elías Braun, fundador del imperio, Mauricio Braun Hamburger, protagonista de los sangrientos sucesos patagónicos, Oscar Braun y Miguel Braun secretario de comercio del gobierno macrista.

Hay una línea genealógica directa entre Elías Braun, fundador del imperio, Mauricio Braun Hamburger, protagonista de los sangrientos sucesos patagónicos, Clara Braun y Marcos Peña Braun, jefe de gabinete del gobierno macrista.

Pero esencialmente hay una línea argumental directa e insoslayable entre los sucesos de la Patagonia Trágica, la dictadura cívico-militar del 76 en la que otro Braun, Martín Braun Lasala ocupó una cartera como subsecretario de precios y abastecimiento (zapatero a tus zapatos, pág 280 de "Cuentas Pendientes", el libro de Bohoslavsky y Verbitsky) y el gobierno macrista.

Es la línea del uso del Estado por parte de los verdaderos Poderosos tradicionales como herramienta de disciplinamiento social, de control hegemónico y de beneficio económico excluyente a costa de la mayoría humilde y trabajadora. O sea usté y yo.

El macrismo recién comienza a desplegar las alas. Pero puede entreverse su marca de clase. A nosotros nos toca mejorar aquella defensa atomizada y desarticulada de los anarquistas patagónicos. Tenemos algo que ellos no tenían. Tenemos al peronismo.




5 comentarios:

marioaya dijo...

por favor, que buen post, emocionante, y preocupante a la vez, quien quiera entender que entienda, los felicito y mucho mas....

Emanuel dijo...

Muy lógico que hablen de dejar atrás el pasado. Supermercados La Anonima: manchados de sangre.

Claudio Scaletta dijo...

Brillante rescate, amigo Contradicto.

JULIA dijo...

Mauricio Braun Hamburger
¿Mauricio?

Anajul dijo...

En lo personal, gracias desde el recuerdo de mi abuelo anarquista. Pero además el post es de primera. Gracias.